martes, 8 de noviembre de 2011

César Vallejo, gigante

Carmen San Diego, no busque más: todo el aire del Perú se lo llevó César Vallejo.
Este poeta inmenso habla de la esperanza, de la muerte, con una impronta latinoamericana que, ni por un segundo, se hace vulgar provincianismo. Dice el desgarramiento -hondo, profundo-; y en ese pozo donde todo muere también todo se mantiene vivo. El título de su publicación póstuma, Poemas humanos, lo describe de cuerpo entero. Debió dar a París, cuando se plantó allá, una sensación extraña, un poco alegre y un tanto perturbante, como si viniera a decir algo del dolor de su pueblo y de la humanidad toda, y a plantear los desafíos del futuro.
Me lo imagino a Vallejo serio, con el ceño fruncido, cagándose de risa de la muerte.






En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte...




En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte.


Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra.


Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del tiempo.


¿Por qué la cuerda, entonces, si el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí solo?


César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta.


César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de ornamentales áspides y exagonales ecos.


Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo antropoide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena.


¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera ubre que el amor!


¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas!


¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente!


¡Que ya no doy gusanos, sino breves!


¡Que ya te implico tánto, que medio que te afilas!


¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas!


Pues el afecto que quiébrase de noche en mis bronquios, lo trajeron de día ocultos deanes y, si amanezco pálido, es por mi obra: y, si anochezco rojo, por mi obrero. Ello explica, igualmente, estos cansancios míos y estos despojos, mis famosos tíos. Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres.


¡César Vallejo, parece
mentira que así tarden tus parientes,
sabiendo que ando cautivo,
sabiendo que yaces libre!
¡Vistosa y perra suerte!
¡César Vallejo, te odio con ternura!




Idilio muerto


Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.


Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.


Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.


Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.







Voy a hablar de la esperanza


No hay más que decir.


Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora mismo como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.


Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué a nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.


Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!


Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en la estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.




Algo te identifica...




Algo te identifica con el que se aleja de ti, y es la facultad común de volver: de ahí tu más grande pesadumbre.


Algo te separa del que se queda contigo, y es la esclavitud común de partir: de ahí tus más nimios regocijos.


Me dirijo, en esta forma, a las individualidades colectivas, tanto como a las colectividades individuales y a los que, entre unas y otras, yacen marchando al son de las fronteras o, simplemente, marcan el paso inmóvil en el borde del mundo.


Algo típicamente neutro, de inexorablemente neutro, interpónese entre el ladrón y su víctima. Esto, así mismo, puede discernirse tratándose del cirujano y del paciente. Horrible medialuna, convexa y solar, cobija a unos y otros. Porque el objeto hurtado tiene también su peso indiferente, y el órgano intervenido, también su grasa triste.


¿Qué hay de más desesperante en la tierra, que la imposibilidad en que se halla el hombre feliz de ser infortunado y el hombre bueno, de ser malvado?


¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras.






Los pasos lejanos


Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...;
si hay algo en él de amargo, seré yo.


Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huída a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.


Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.


Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.






A mi hermano Miguel
In memoriam

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa.
Donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: "Pero, hijos..."
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores.
Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

1 comentario:

  1. No sé por qué Tom, pero me hacés acordar mucho a Sabines. No sé si sé lo conoces o si te gusta o todo eso. De igual manera, te regalo mi poema preferido de él, solamente porque es tan lindo y en el fondo escriben con la misma tónica, creo.


    Entresuelo

    Un ropero, un espejo, una silla,
    ninguna estrella, mi cuarto, una ventana,
    la noche como siempre, y yo sin hambre,
    con un chicle y un sueño, una esperanza.
    Hay muchos hombres fuera, en todas partes,
    y más allá la niebla, la mañana.
    Hay árboles helados, tierra seca,
    peces fijos idénticos al agua,
    nidos durmiendo bajo tibias palomas.
    Aquí, no hay mujer. Me falta.
    Mi corazón desde hace días quiere hincarse
    bajo alguna caricia, una palabra.
    Es áspera la noche. Contra muros, la sombra
    lenta como los muertos, se arrastra.
    Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua.
    Su piel sobre mis huesos
    y mis ojos dentro de su mirada.
    Nos hemos muerto muchas veces
    al pie del alba.
    Recuerdo que recuerdo su nombre,
    sus labios, su transparente falda.
    Tiene los pechos dulces, y de un lugar
    a otro de su cuerpo hay una gran distancia:
    de pezón a pezón cien labios y una hora,
    de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas.
    Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
    hasta el último vuelo de la última ala,
    cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
    sea alma.
    Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
    ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
    Esta noche me falta.
    Sube un violín desde la calle hasta mi cama.
    Ayer miré dos niños que ante un escaparate
    de maniquíes desnudos se peinaban.
    El silbato del tren me preocupó tres años,
    hoy se que es una máquina.
    Ningún adiós mejor que el de todos los días
    a cada cosa, en cada instante, alta
    la sangre iluminada.
    Desamparada sangre, noche blanda,
    tabaco del insomnio,triste cama.
    Yo me voy a otra parte.
    Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

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